miércoles, 18 de enero de 2012

FRANZ KAFKA ( 1883-1924 ) "Una confusión cotidiana"

Una confusión cotidiana

Franz Kafka


Un problema cotidiano, del que resulta una confusión cotidiana. A tiene que concretar un negocio importante con B en H, se traslada a H para una entrevista preliminar, pone diez minutos en ir y diez en volver, y en su hogar se enorgullece de esa velocidad. Al día siguiente vuelve a H, esa vez para cerrar el negocio. Ya que probablemente eso le insumirá muchas horas. A sale temprano. Aunque las circunstancias (al menos en opinión de A) son precisamente las de la víspera, tarda diez horas esta vez en llegar a H. Lo hace al atardecer, rendido. Le comunicaron que B, inquieto por su demora, ha partido hace poco para el pueblo de A y que deben haberse cruzado por el camino. Le aconsejan que aguarde. A, sin embargo, impaciente por la concreción del negocio, se va inmediatamente y retorna a su casa.
Esta vez, sin prestar mayor atención, hace el viaje en un rato. En su casa le dicen que B llegó muy temprano, inmediatamente después de la salida de A, y que hasta se cruzó con A en el umbral y quiso recordarle el negocio, pero que A le respondió que no tenía tiempo y que debía salir en seguida.
Pese a esa incomprensible conducta, B entró en la casa a esperar su vuelta. Ya había preguntado muchas veces si no había regresado todavía, pero continuaba aguardando aún en el cuarto de A. Contento de poder encontrarse con B y explicarle lo sucedido, A corre escaleras arriba. Casi al llegar, tropieza, se tuerce un tobillo y a punto de perder el conocimiento, incapaz de gritar, gimiendo en la oscuridad, oye a B -tal vez ya muy lejos, tal vez a su lado- que baja la escalera furioso y desaparece para siempre.  FIN.
Kafka juega con lo "absurdo", pero con lo "absurdo cotidiano" .En su obra el mundo que nos rodea parece misteriosamente elaborado por esta condición que deja al hombre perplejo y sin palabras.  Este relato tan breve es la clave para conocer la obra entera de Kafka y también al que será su lector. Veamos, la trama es simple, estos dos señores anónimos A y B intentan sin éxito cerrar un negocio. Pero por qué no lo logran  si no aparecen obstáculos insuperables y están separados por un distancia cercana?.Pensemos no se encuentran jamás. Es una situación absurda que en el mundo singular de Kafka es un elemento fundamental :
"la incomunicación".
Para Kafka, los hombres están esencialmente incomunicados.  Toda comunicación es aparente y se realiza a un nivel superficial, sin verdadera comunión.
De esa aseveración primaria se derivan todas las actitudes de sus personajes y los diferentes temas de sus obras.  En este sentido, el protagonista de sus narraciones es altamente antiheroico.  No sólo carece de cualidades excepcionales sino que presenta rasgos de insignificancia, entre los cuales la incapacidad para hacerse entender aparece como impotencia privilegiada.

En “La metamorfosis”,  Gregorio Samsa, ya convertido en insecto, emite un ruido animal que no es entendido por nadie.  “Pero Gregorio se hallaba ahora mucho más tranquilo.  Es cierto que no se entendían sus palabras, aunque a él le parecían bastante claras, más claras que antes, posiblemente a causa del acostumbramiento del  oído”. El avance en la incomunicación constituye el hilo argumental del relato.  El cuento “Una confusión cotidiana”, por ejemplo, determina una incomunicación esquematizada, reducida a su mínima expresión.  En la novela “El Castillo”, en cambio se desmenuza minuciosamente.  El principio de la ausencia de comunicación profunda jamás desaparece en Kafka. Kafka es el novelista de lo "absurdo, este absurdo, lejos de ser algo remoto,está ante nuestros ojos, es cotidiano, y ese absurdo se caracteriza por la "incomunicación", esta incomunicación se hace patente en la alegoría, el "clima" de la narraciones de Kafka pertenece al mundo de los "sueños". Es pues, francamente onírico.






Por Hernan Isnardi
Kafka, uno de los grandes escritores del siglo, operó en mí de manera no usual.
         Me parece extraño —al menos en un escritor— que la primera imagen que se presenta en mí del joven Kafka, sea la de su cara; tal vez porque resume su obscura y enfermiza existencia, simplificando aquello llamado “emoción espontánea”. Lo mismo  me pasa al recomenzar la infinita lectura de sus textos.
            Indivisible de su aguda cara está la historia y con ella resurge el viejo enigma del artista desdichado; en el caso de Franz, esa angustia aplastante es hija de la sumisión a cualquier índole superior —tenía un gran sentido de lo supremo—. Sabía que nada reduce o engrosa una serie infinita (como lo sabía Zenón de Elea) y ése puede ser, quizá, su legado importante. Borges lo dijo de una manera más simple: “Dos ideas rigen la obra de Kafka: la subordinación es la primera; el infinito, la segunda.”
            La humillación y la angustia, la desdicha y la soledad, fueron sus instrumentos o su materia prima —o ambos— para traducir su realidad en palabras. Dijo Franz:
“Tengo que estar solo mucho tiempo. Todo cuanto he realizado, es sólo un logro de la soledad”
Escritor checo en lengua alemana. Nacido en el seno de una familia de comerciantes judíos, Franz Kafka se formó en un ambiente cultural alemán, y se doctoró en derecho. Pronto empezó a interesarse por la mística y la religión judías, que ejercieron sobre él una notable influencia y favorecieron su adhesión al sionismo.
Su proyecto de emigrar a Palestina se vio frustrado en 1917 al padecer los primeros síntomas de tuberculosis, que sería la causante de su muerte. A pesar de la enfermedad, de la hostilidad manifiesta de su familia hacia su vocación literaria, de sus cinco tentativas matrimoniales frustradas y de su empleo de burócrata en una compañía de seguros de Praga, Franz Kafka se dedicó intensamente a la literatura.







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