jueves, 19 de enero de 2012

LA METAMORFOSIS DE F. KAFKA(FRAGMENTO)

I
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.
No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas. Por encima de la mesa, sobre la que se encontraba extendido un muestrario de paños desempaquetados -Samsa era viajante de comercio-, estaba colgado aquel cuadro que hacía poco había recortado de una revista y había colocado en un bonito marco dorado. Representaba a una dama ataviada con un sombrero y una boa de piel, que estaba allí, sentada muy erguida y levantaba hacia el observador un pesado manguito de piel, en el cual había desaparecido su antebrazo.
La mirada de Gregorio se dirigió después hacia la ventana, y el tiempo lluvioso -se oían caer gotas de lluvia sobre la chapa del alféizar de la ventana- lo ponía muy melancólico.
«¿Qué pasaría -pensó- si durmiese un poco más y olvidase todas las chifladuras?»
Lo que nos puede pasar por ser poco humanos

Pero esto era algo absolutamente imposible, porque estaba acostumbrado a dormir del lado derecho, pero en su estado actual no podía ponerse de ese lado. Aunque se lanzase con mucha fuerza hacia el lado derecho, una y otra vez se volvía a balancear sobre la espalda. Lo intentó cien veces, cerraba los ojos para no tener que ver las patas que pataleaban, y sólo cejaba en su empeño cuando comenzaba a notar en el costado un dolor leve y sordo que antes nunca había sentido.
«¡Dios mío! -pensó-. ¡Qué profesión tan dura he elegido! Un día sí y otro también de viaje. Los esfuerzos profesionales son mucho mayores que en el mismo almacén de la ciudad, y además se me ha endosado este ajetreo de viajar, el estar al tanto de los empalmes de tren, la comida mala y a deshora, una relación humana constantemente cambiante, nunca duradera, que jamás llega a ser cordial. ¡Que se vaya todo al diablo!»
Sintió sobre el vientre un leve picor, con la espalda se deslizó lentamente más cerca de la cabecera de la cama para poder levantar mejor la cabeza; se encontró con que la parte que le picaba estaba totalmente cubierta por unos pequeños puntos blancos, que no sabía a qué se debían, y quiso palpar esa parte con una pata, pero inmediatamente la retiró, porque el roce le producía escalofríos.
Así comienza "La metamorfosis", de Kafka (1883-1924), uno de los relatos más famosos de su autor,
Lo absurdo no es el mundo que rodea al protagonista, no es un «proceso» externo que lo agobia, sino una transformación del mismo Gregorio Samsa. Mientras el mundo en torno sigue firme en sus detalles cotidianos, él se ha convertido en un escarabajo: en el marco de la menuda rutina descrita con todo detalle (objetos, mobiliario, disposición de la casa, veladas, problemas laborales de la familia...) sorprende este episodio monstruoso que parece irrumpir súbitamente en un universo regulado por las leyes del «realismo» más previsible.  Hasta el momento Gregorio era un viajante modelo, respetuoso con sus jefes, sometido a la disciplina aburrida del trabajo y la autoridad paterna. El lector, como el mismo Gregorio, se hace una pregunta: ¿qué ha sucedido? ¿Qué significa esta historia? ¿Es la transformación el signo terrible de una cara oculta de la vida humana que irrumpe de improviso y destruye el apacible tejido del sosiego doméstico?La metamorfosis de Gregorio no es, como parece en una primera mirada, la causa de su desgracia. Es, por el contrario, el efecto simbólico de su propia vida cotidiana. Todo lo que sabemos de Samsa revela una vida mezquina, pobre, sin ilusión ni libertad, sin humanidad. Explotado por su familia (que le engaña respecto a su situación económica), humillado por sus jefes, sin tiempo ni sosiego para comer ni dormir decentemente, Gregorio no tiene asidero humano. No conoce la amistad, ni el amor ni la esperanza. Apenas puede recordar, melancólico, a la cajera de una sombrerería, a quien había formalmente pretendido «pero sin bastante apremio». El escarabajo Gregorio «no se hacía comprender de nadie», pero el hombre Gregorio tampoco. No tiene a nadie a quien comprender, nadie que le comprenda. Su vida transcurre monótona en fondas provincianas o entre las paredes de su cuarto, siempre cerrado y cuya ventana da a un paisaje de eterna lluvia y niebla, a un «desierto en el cual fundíanse indistintamente el cielo y la tierra por igual grises».En verdad, Gregorio es un insecto (un excluido de la relación humana) antes de su metamorfosis. En el absurdo suceso emerge, al fin, la conciencia de esa inhumanidad. Y sin embargo, de todos los personajes que asoman en la novela, es el único que muestra alguna añoranza de afectos humanos, el único que intenta comprender... Los demás son caricaturas no menos monstruosas: la madre egoísta e histérica, la hermana extravagante, el padre perezoso y autoritario, toda la familia vencida por una vaga desgracia mercantil «que los sumiera a todos en la más completa desesperación», los tres inquilinos como muñecos de guiñol, que se mueven al unísono, o la brutal criada, todos cansados, silenciosos, sin energía vital, protagonistas de una vida «monótona y triste».Las esperanzas de la familia con las que termina el relato se manifiestan como una ilusión falsa, pues no dependen como ellos creen de la muerte de Gregorio, el indeseable odiado. Mientras persista ese mundo de soledad y de incomunicación, de inhumanidad y brutal egoísmo, el breve sol del final y las «sanas intenciones» de los padres, o el matrimonio de la hermana, correrán el peligro de truncarse por una serie de nuevas posibles metamorfosis. Como Gregorio, más aún que el desdichado Gregorio, y esta es la lección moral más profunda de la fábula todos los demás pueden (podemos) despertar una mañana, después de un sueño intranquilo, y abrir con asombro los ojos, convertidos en monstruosos insectos, escarabajos de crepitante caparazón, enormes grillotalpas o repulsivas escolopendras...Ignacio Arellano, Catedrático de Literatura Universidad de Navarra.  LEÍ "LA METAMORFOSIS" CUANDO TENÍA 18 AÑOS Y DEBO CONFESAR QUE ME MARCÓ PARA SIEMPRE. DECIDÍ DARLE A MI VIDA UN  SENTIDO EXISTENCIAL PROFUNDO EN DONDE "LO COTIDIANO" SE CONVIRTIERA EN VIVENCIAS QUE NO ME SUMIERAN EN LA POSIBILIDAD DE CONVERTIRME EN UN SER SIN ENERGÍAS VITALES O QUE LOS CONDICIONAMIENTOS Y PREJUICIOS SOCIALES ME "ENCERRARAN EN UNA JAULA". EN EL QUE LA AUTORIDAD FAMILIAR  NO FUERA MÁS QUE UNA GUÍA , EL APRENDIZAJE DE LOS VALORES MORALES QUE JAMÁS DEBÍA ABANDONAR, PERO SÓLO ESO, NO "ATADURAS QUE ME IMPIDIERAN BUSCAR MIS PROPIOS CAMINOS". QUE NO ME DEJARÍA ANULAR, QUE NO VIVIRÍA "LA PESADILLA DE SER LA MUJERCITA QUE DEBÍA CASARSE COMO ÚNICA META". QUE NADIE MÁS QUE YO DECIDIRÍA QUÉ HACER CON "MI VIDA" ASUMIENDO LA RESPONSABILIDAD DE MIS ACTOS. QUE ME LANZARÍA A BUSCAR "LOS SECRETOS DE LA VIDA" ...ASÍ LO HICE. HOY, YA MUJER MADURA REMEMORO "LA METAMORFOSIS", PORQUE QUIZÁ SINO LA HUBIERA LEÍDO Y ME HUBIERA PRODUCIDO TAL REVOLUCIÓN INTERIOR SERÍA       QUIZÁS  SIMPLEMENTE "UNA MUJER TRATANDO DE ENCONTRARSE TODAVÍA UNA VIDA" (COMO MUCHAS MUJERES DE MI GENERACIÓN QUE NO SE ANIMARON A "ROMPER EL CASCARÓN") Y NO "LA MUJER ACABADA, FELIZ, COMPLETA QUE HOY SOY POR HABERME ATREVIDO A VIVIR MI PROPIA VIDA DESDE MUY TEMPRANA EDAD". GRACIAS F. KAFKA, POR HABERTE ENCONTRADO A TIEMPO.  Y después leí América, El Proceso, El Castillo...y cada uno de ellos iba ampliando y agrandando mi decisión de "BUSCAR ESPACIOS INFINITOS PARA VIVIR". (Marigó Uriondo)

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