PAN Y JOYAS Una vez un rey decidió dar una parte de sus riquezas a modo de caridad desinteresada. Al mismo tiempo, quiso ver qué sucedía con ella, de manera que llamó a un panadero en quien podía confiar y le dijo que horneara dos panes. Dentro del primer pan debía colocar una cantidad de joyas, y el otro hacerlo nada más que de harina y agua. Los panes tenían que ser entregados al más y al menos piadoso de los hombres que el panadero pudiese encontrar.A la mañana siguiente, dos hombres se presentaron frente al horno. Uno estaba vestido como un derviche y parecía muy piadoso, aunque en realidad sólo se trataba de un farsante. El otro, que guardó silencio, le recordó al panadero, por una semejanza de rasgos faciales, a un hombre que le desagradaba. El panadero entregó el pan que contenía las joyas al hombre que llevaba el manto derviche, y el pan común al segundo hombre. Tan pronto como recibió su pan, el falso derviche lo palpó y sopesó en su mano. Sintió las joyas, que a él le parecieron grumos en la masa, harina sin mezclar. Sostuvo el pan en su mano, y el peso de las joyas hizo que a él le pareciera muy pesado. Miró al panadero y se dio cuenta de que era un hombre con el cual no se podía jugar; de modo que se volvió hacia el otro hombre y le dijo: “¿Por qué no cambias tu pan por el mío? Tú pareces estar hambriento, y éste es más grande”. El segundo hombre, que estaba preparado para aceptar lo que fuera, cambió su pan gustosamente.El rey, que estaba observando a través de una rendija en la puerta de la panadería, quedó sorprendido, más no se dio cuenta de los méritos relativos de ambos individuos. El falso derviche obtuvo el pan común. El rey concluyó que el Destino había intervenido para mantener al derviche protegido de la riqueza. El verdadero buen hombre encontró las joyas y fue capaz de hacer buen uso de ellas. El rey no pudo interpretar este acontecimiento. “Hice lo que se me ordenó”, dijo el panadero. No es posible entrometerse con el Destino”, dijo el rey. “¡Qué astuto fui!” dijo el falso derviche. |
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